Comentario
El periodo que se fecha entre mediados del tercer milenio y fines del segundo marca un hito esencial en la cultura de África: por una parte, significa la introducción de la ganadería al oeste de Egipto, sustituyendo la simple caza y recolección; por otra -y no se sabe si la coincidencia es casual-, marca el comienzo de la desecación del Sahara. Hasta entonces, y por lo menos desde hacía dos mil años, aquellas regiones habían gozado de verdes praderas y de anchos ríos, los mismos que, en una curiosa alternancia climática, habían presidido una cultura paleolítica en el octavo milenio y habían dado paso después a una fase desértica. Pero la tendencia a la sequía que se esboza desde h. 2500 a.C. será ya la definitiva, aunque su avance sea lento y con algún retroceso momentáneo.
Poco a poco, los pueblos pastores -unos de tez blanca, otros manifiestamente negros, según las pinturas- van dirigiendo sus ganados hacia los cursos de agua, hacia las lagunas donde -así nos muestran los restos óseos- siguen viviendo hipopótamos hacia el año 900 a.C. Las pinturas, ignoramos con qué intención, relatan el paso de las vacas y las ovejas con una vivacidad que estremece.
Es la misma limpieza y seguridad de trazo de los artistas egipcios, pero con dos diferencias esenciales, que revelan su libertad de criterios: el pintor sahariano desconoce el marco, el registro, el límite de la composición que constituye la premisa compositiva del egipcio, pero, a cambio, entiende con mucha mayor claridad la perspectiva visual. Ajeno a parcelas y espacios cerrados, sabe reflejar exactamente sus ganados y aldeas como los ve, superponiendo los lomos de los animales o los techos de las cabañas. En el Mediterráneo griego, habrá que esperar al periodo helenístico para obtener tal realismo espacial.
Alrededor del año 1000 a.C., la progresiva desertización y la introducción del caballo presiden el paso hacia una fase nueva: es el periodo del caballo, que significa un empobrecimiento artístico en todos los campos. Los ágiles carros permiten largos trayectos por las crecientes extensiones de sabana o desierto, pero el esquematismo de su representación impide cualquier intento expresivo del artista, y, sobre todo, se advierte que las obras escasean cada vez más.
Es curioso, en este contexto, el conocido pasaje de Herodoto que relata la expedición de los nasamones -gentes de la zona costera de Libia- hacia el sur: "Bien provistos de agua y víveres, atravesaron, primero, la zona habitada (de la costa); una vez rebasada, llegaron a la de las fieras y, al salir de ella, cruzaron el desierto, dirigiendo su marcha hacia el oeste. Y cuando, al cabo de muchas jornadas, habían atravesado una gran extensión de terreno desértico, vieron al fin árboles que crecían en una llanura, se acercaron y se pusieron a coger la fruta que había en los árboles". Entonces les apresaron unos hombres de pequeña estatura, quienes los "condujeron por extensas marismas y, una vez atravesadas, llegaron a una ciudad en la que todos eran de la estatura de sus raptores y de piel negra. Por la ciudad corría un gran río; lo hacía de oeste a este, y en él se veían cocodrilos" (II, 32). Como es sabido, hay quien ha pensado en el Níger, pero lo más probable es que los nasamones no pasasen de la región de Fezzan, y fuesen los últimos afortunados testigos de una zona lacustre ya aislada en el centro del Sahara, y próxima a su desaparición. Unos siglos después, a principios del Imperio Romano, el caballo empezará a ser sustituido por el camello entre los mercaderes de toda la zona.
Para entonces, sin embargo, las vías transaharianas, cada vez más penosas pero siempre practicadas, habían permitido contactos entre las gentes del Mediterráneo y del valle del Nilo, por un lado, y las poblaciones negras que, desde milenios atrás, abandonaban las zonas desertizadas y se dirigían hacia las sabanas y selvas del Golfo de Guinea. A través de Cartago o, más fácilmente, de Nubia y de las estepas del Sudán, comerciantes y ganaderos alcanzaban el lago Chad -entonces un verdadero mar interno-, transportando sus objetos y sus técnicas. Entre estas últimas, sin duda la principal que llegó en el primer milenio a.C. fue la metalurgia del hierro. Su impacto debió de ser enorme, dado que al sur del Sahara apenas se conoció metalurgia del cobre o del bronce previa a este momento, y el fruto de esta revolución técnica fue la primera gran cultura del África negra, que toma el nombre de la ciudad de Nok.